viernes, 22 de abril de 2016

PRIMER ESPAÑOL EN PODIO DEL TOUR- BERNARDO RUIZ " EL PIPA"

    



Antes de que la historia registrase su nombre como el primer español en un podio del Tour, Bernardo Ruíz ya sabía lo que era tener callos en las manos. Lidió en la recogida del cáñamo, construyó carreteras a pie de obra, picó canteras, labró la huerta... Eran otros tiempos que hoy suenan al pleistoceno. Es la historia de Bernardo Ruíz, un superviviente de la Guerra Civil que descubrió su El dorado con el estraperlo.
Bernardo Ruíz Navarrete nació en Orihuela en 1925. Procedente de una familia muy humilde, empezó a trabajar muy pronto en el campo y repartiendo frutas y verduras. Como muchos de los muchachos de la época, empezó a utilizar una vieja bicicleta, de más de 20 kilos para realizar su quehacer diario. Un día, el dueño de un taller de bicicletas, Juan Iborra, le vio mover esa pesada bici por las cuestas de Orihuela y al ver la calidad del chaval,  le ofreció una bici menos pesada y más moderna para poder entrenarse y competir.
Bernardo Ruíz conoció el Tour por necesidad. Había hambruna, se corría para comer, era una España de subsistencia pura y dura.
De chaval, Bernardo tenía una bici. Su padre, un carro. Había terminado la Guerra. Las despensas estaban vacías. Bernardo Ruiz iba y venía cada día de Orihuela a Cartagena. Setenta kilómetros de ciudad a ciudad por carreteras de tierra, infestadas de patrullas de la Guardia Civil que buscaban a los pasajeros del estraperlo. Esa colonia de supervivientes que compraba tabaco y aceite. Trigo o maíz que molían en el molino y vendían luego en el interior de las casas. Cualquier artículo de primera necesidad en tiempos fugitivos. En ese paisaje desconocido para las generaciones de hoy, historias de bisabuelos casi más que de abuelos, Bernardo Ruíz era el espía avanzado. Él se adelantaba a su padre y su hermano, y con su bici daba aviso del peligro a los carros.
"Me sacaba ocho o nueve pesetas al día", recuerda. Tantos kilómetros hizo de Orihuela a Cartagena, tantos días se machacó en busca del pan, que cinceló unas piernas de hierro por esos caminos que trituraban los antebrazos. "Pero si no había asfalto en España por entonces", dice hoy.
Así las cosas, Bernardo Ruíz empezó a correr carreras locales y regionales a los 18 años, con una bicicleta que le regaló su hermano Tomas. Ello le permitía ganar un dinerillo extra ante los escasos recursos que le aportaba su trabajo.  Pronto empezó a destacar y a ganar carreras, como la Vuelta a Valencia, en 1944 y 1945. En ese año de 1945, la Volta a Catalunya, la carrera más antigua de España, celebraba su 25 aniversario y Bernardo pudo participar en ella gracias a una suscripción popular en Orihuela y pueblos aledaños. Llegó a Barcelona con 350 pesetas, corrió sin equipo y… ganó.  Esa victoria le permitió ganar 17.000 pesetas con las que se hizo profesional.


Participó en la Vuelta a España, carrera que ganó brillantemente en 1948, con sólo 23 años, demostrando su poderío al vencer también el Gran Premio de la Montaña y 3 etapas. “El Pipa”, un corredor que nunca pinchaba, se aprovechó de un pinchazo de su gran rival, el vasco Dalmacio Langarica, en la 12ª etapa entre Bilbao y San Sebastián, para hacerse con el maillot de líder y no abandonarlo hasta Madrid.
Sin españoles en el Tour desde 1938, el régimen franquista quería internacionalizarse y decidió, en 1949,  enviar un equipo nacional donde no podían faltar Ruiz y Langarica, junto con Julián Berrendero, único superviviente del equipo de 1938 y vencedor de etapa en 1937. La experiencia se saldó en fracaso al abandonar los seis componentes antes de la 6ª etapa, decidiendo no participar al año siguiente.


Un paraíso en Francia
Conoció el Tour en 1948. Y aquella carrera tortuosa por Francia, pavés y ladrillo en el norte, carreteras bombeadas como barrigas por el centro del país, caminos de tierra en los Pirineos y los Alpes, le pareció un paraíso comparado con España. "Los hoteles estaban muy bien y en los avituallamientos nos daban pastelillos de arroz, bocadillos de jamón, frutos secos, agua y té. Había mucho asfalto de galipote, como de cristal. Era un milagro que nadie se matase en los descensos. No había compañeros. Todos nos peleábamos entre sí en los equipos. Se corría para ganar. Todo eso de la regularidad y la combatividad es una tontería".
"El Tour, ¡qué carrera! Lo único que tenías seguro en el Tour es que nunca te podías perder. La gente formaba un cordón desde la salida a la meta. Era la fiesta nacional francesa, el deporte del pueblo. Luego vino el fútbol... En 1949 abandonamos todo el equipo español en pleno. Fue una deshonra. Nos querían matar al llegar a España. Nos subimos todos al camión. No había coches de equipo. El ejército francés nos daba un jeep blanco que había que esconder por la noche. Lo guardaban los gendarmes y nos lo entregaban a la mañana siguiente. Esto era porque los exiliados españoles nos ponían a caldo. Nos llamaban franquistas, nos querían pegar, nos decían de todo".
Fue tres veces campeón de España en ruta (1946, 48 y 51) y una de montaña (1958). Y ganó la Vuelta a España 1948.
La historia rural del ciclismo, el deporte popular. "Fui el primer corredor profesional en España -cuenta orgulloso-. En el año 50 el sueldo ya me llegaba para vivir bien".
De vuelta en 1951, nuestro Bernardo Ruiz se erigió en gran protagonista de la gran ronda francesa, al ganar 2 etapas de montaña y terminado 9º en la general final  justo por delante del gran Coppi. Era la primera vez que un español ganaba dos etapas en el mismo Tour. En ambas, “Bernardino” (como empezaban a conocerle en Francia) ganó escapado salvando cuantos puertos de montaña se le pusieron por delante.
En el Tour de aquel año, Fausto Coppi acudía con sed de venganza después de su decepcionante actuación en 1951. Y lo consiguió, sumando su segundo doblete Giro-Tour, algo inaudito en aquel momento. “Il campionissimo” se enfundaría el maillot amarillo tras una gran exhibición en la 10ª etapa, con llegada al ahora mítico Alpe d’Huez. Bernardo Ruiz, líder del equipo español, no tuvo su día, pero al día siguiente llegó tras el genio italiano e inició una remontada merced a una gran regularidad. Una descollante actuación en la última contrarreloj, de 63 kms, le permitó adelantar a dos vencedores del Tour como Gino Bartali y Jean Robic y auparse al tercer puesto definitivo, tras Coppi y el belga Stan Ockers.
Este éxito sin precedentes del ciclista oriolano, aunque quedó un poco ensombrecido al coincidir con la celebración del los Juegos Olímpicos de Helsinki, supuso el espaldarazo definitivo para el ciclismo español. Tan solo dos años después, en 1954, debutaba en el Tour un tal Federico Martín Bahamontes, ganando por primera vez el Gran Premio de la Montaña. El toledano entraría en la leyenda pocos años después al ganar el Tour, en 1959.
La irrupción de Bahamontes y de su gran rival Jesús Loroño colocó de inmediato a “El Pipa” en un segundo plano, pero eso no evitó que en 1955 consiguiera otro hito: ser el primer español en vencer en una etapa del Giro de Italia.

Fuente: Ciclografías.

PRIMER ESPAÑOL EN PODIO DEL TOUR- BERNARDO RUIZ " EL PIPA"

    

Antes de que la historia registrase su nombre como el primer español en un podio del Tour, Bernardo Ruíz ya sabía lo que era tener callos en las manos. Lidió en la recogida del cáñamo, construyó carreteras a pie de obra, picó canteras, labró la huerta... Eran otros tiempos que hoy suenan al pleistoceno. Es la historia de Bernardo Ruíz, un superviviente de la Guerra Civil que descubrió su El dorado con el estraperlo.
Bernardo Ruíz Navarrete nació en Orihuela en 1925. Procedente de una familia muy humilde, empezó a trabajar muy pronto en el campo y repartiendo frutas y verduras. Como muchos de los muchachos de la época, empezó a utilizar una vieja bicicleta, de más de 20 kilos para realizar su quehacer diario. Un día, el dueño de un taller de bicicletas, Juan Iborra, le vio mover esa pesada bici por las cuestas de Orihuela y al ver la calidad del chaval,  le ofreció una bici menos pesada y más moderna para poder entrenarse y competir.
Bernardo Ruíz conoció el Tour por necesidad. Había hambruna, se corría para comer, era una España de subsistencia pura y dura.
De chaval, Bernardo tenía una bici. Su padre, un carro. Había terminado la Guerra. Las despensas estaban vacías. Bernardo Ruiz iba y venía cada día de Orihuela a Cartagena. Setenta kilómetros de ciudad a ciudad por carreteras de tierra, infestadas de patrullas de la Guardia Civil que buscaban a los pasajeros del estraperlo. Esa colonia de supervivientes que compraba tabaco y aceite. Trigo o maíz que molían en el molino y vendían luego en el interior de las casas. Cualquier artículo de primera necesidad en tiempos fugitivos. En ese paisaje desconocido para las generaciones de hoy, historias de bisabuelos casi más que de abuelos, Bernardo Ruíz era el espía avanzado. Él se adelantaba a su padre y su hermano, y con su bici daba aviso del peligro a los carros.
"Me sacaba ocho o nueve pesetas al día", recuerda. Tantos kilómetros hizo de Orihuela a Cartagena, tantos días se machacó en busca del pan, que cinceló unas piernas de hierro por esos caminos que trituraban los antebrazos. "Pero si no había asfalto en España por entonces", dice hoy.
Así las cosas, Bernardo Ruíz empezó a correr carreras locales y regionales a los 18 años, con una bicicleta que le regaló su hermano Tomas. Ello le permitía ganar un dinerillo extra ante los escasos recursos que le aportaba su trabajo.  Pronto empezó a destacar y a ganar carreras, como la Vuelta a Valencia, en 1944 y 1945. En ese año de 1945, la Volta a Catalunya, la carrera más antigua de España, celebraba su 25 aniversario y Bernardo pudo participar en ella gracias a una suscripción popular en Orihuela y pueblos aledaños. Llegó a Barcelona con 350 pesetas, corrió sin equipo y… ganó.  Esa victoria le permitió ganar 17.000 pesetas con las que se hizo profesional.
Participó en la Vuelta a España, carrera que ganó brillantemente en 1948, con sólo 23 años, demostrando su poderío al vencer también el Gran Premio de la Montaña y 3 etapas. “El Pipa”, un corredor que nunca pinchaba, se aprovechó de un pinchazo de su gran rival, el vasco Dalmacio Langarica, en la 12ª etapa entre Bilbao y San Sebastián, para hacerse con el maillot de líder y no abandonarlo hasta Madrid.
Sin españoles en el Tour desde 1938, el régimen franquista quería internacionalizarse y decidió, en 1949,  enviar un equipo nacional donde no podían faltar Ruiz y Langarica, junto con Julián Berrendero, único superviviente del equipo de 1938 y vencedor de etapa en 1937. La experiencia se saldó en fracaso al abandonar los seis componentes antes de la 6ª etapa, decidiendo no participar al año siguiente.
Un paraíso en Francia
Conoció el Tour en 1948. Y aquella carrera tortuosa por Francia, pavés y ladrillo en el norte, carreteras bombeadas como barrigas por el centro del país, caminos de tierra en los Pirineos y los Alpes, le pareció un paraíso comparado con España. "Los hoteles estaban muy bien y en los avituallamientos nos daban pastelillos de arroz, bocadillos de jamón, frutos secos, agua y té. Había mucho asfalto de galipote, como de cristal. Era un milagro que nadie se matase en los descensos. No había compañeros. Todos nos peleábamos entre sí en los equipos. Se corría para ganar. Todo eso de la regularidad y la combatividad es una tontería".
"El Tour, ¡qué carrera! Lo único que tenías seguro en el Tour es que nunca te podías perder. La gente formaba un cordón desde la salida a la meta. Era la fiesta nacional francesa, el deporte del pueblo. Luego vino el fútbol... En 1949 abandonamos todo el equipo español en pleno. Fue una deshonra. Nos querían matar al llegar a España. Nos subimos todos al camión. No había coches de equipo. El ejército francés nos daba un jeep blanco que había que esconder por la noche. Lo guardaban los gendarmes y nos lo entregaban a la mañana siguiente. Esto era porque los exiliados españoles nos ponían a caldo. Nos llamaban franquistas, nos querían pegar, nos decían de todo".
Fue tres veces campeón de España en ruta (1946, 48 y 51) y una de montaña (1958). Y ganó la Vuelta a España 1948.
La historia rural del ciclismo, el deporte popular. "Fui el primer corredor profesional en España -cuenta orgulloso-. En el año 50 el sueldo ya me llegaba para vivir bien".
De vuelta en 1951, nuestro Bernardo Ruiz se erigió en gran protagonista de la gran ronda francesa, al ganar 2 etapas de montaña y terminado 9º en la general final  justo por delante del gran Coppi. Era la primera vez que un español ganaba dos etapas en el mismo Tour. En ambas, “Bernardino” (como empezaban a conocerle en Francia) ganó escapado salvando cuantos puertos de montaña se le pusieron por delante.
En el Tour de aquel año, Fausto Coppi acudía con sed de venganza después de su decepcionante actuación en 1951. Y lo consiguió, sumando su segundo doblete Giro-Tour, algo inaudito en aquel momento. “Il campionissimo” se enfundaría el maillot amarillo tras una gran exhibición en la 10ª etapa, con llegada al ahora mítico Alpe d’Huez. Bernardo Ruiz, líder del equipo español, no tuvo su día, pero al día siguiente llegó tras el genio italiano e inició una remontada merced a una gran regularidad. Una descollante actuación en la última contrarreloj, de 63 kms, le permitó adelantar a dos vencedores del Tour como Gino Bartali y Jean Robic y auparse al tercer puesto definitivo, tras Coppi y el belga Stan Ockers.
Este éxito sin precedentes del ciclista oriolano, aunque quedó un poco ensombrecido al coincidir con la celebración del los Juegos Olímpicos de Helsinki, supuso el espaldarazo definitivo para el ciclismo español. Tan solo dos años después, en 1954, debutaba en el Tour un tal Federico Martín Bahamontes, ganando por primera vez el Gran Premio de la Montaña. El toledano entraría en la leyenda pocos años después al ganar el Tour, en 1959.
La irrupción de Bahamontes y de su gran rival Jesús Loroño colocó de inmediato a “El Pipa” en un segundo plano, pero eso no evitó que en 1955 consiguiera otro hito: ser el primer español en vencer en una etapa del Giro de Italia.

viernes, 15 de abril de 2016

ALCORNOCALIZA TRAIL....UBRIQUE.....ULTRA NATURAL

FOTO PEDRO SANCHEZ

Madrugada de primavera en Ubrique,, frontera entre el Parque Natural de los Alcornocales y el de la Sierra de Grazalema, mientras en el primero empiezan a desperezar corzos y venados corredores ágiles en el primer bucle, en el segundo cabras montesas observaran a los buitres calentarse al sol, hoy planearan contentos sabedores  de que  habrá carnaza fresca. En la plaza del pueblo un grupo de corremontes, especie de reciente decubrimiento, salen espoleados por los gritos de Chito, su medio natural no está entre los coches y las casas, por unas horas este serán los caminos y vereas, los bosque y montañas, por un camino jalonado de antorchas cambian las luces del pueblo por la de los frontales, ojos abiertos como los mochuelos, buhos y otras rapaces nocturnas que a buen seguro observan el paso de los corredores. Dos mil años atrás el hombre construyó el puente que definivamente los lleva allá fuera, al iniciar la subida pronto destacan los mas veloces, pero  en el reino animal no siempre vencen a los mas resistentes, en el reino de la arenisca y el alcornoque las primeras luces del alba
FOTO MANOLO CANTO
regalan a la vista un espectáculo sin igual, los helechos escoltan el paso, pasos amortiguados sobre un manto de hojas con el musgo trepando sobre el sagrado corcho, El Berrueco, EL Peruétano, La Calderona y el Cerro del Castillo, unos segundos para levantar la mirada y ver allá en el horizonte desde Gibraltar hasta África, la otra casa de esas aves que como estos, migran de un lado a otro. Y de pronto un giro a la izquierda, la joya que Juan Barea muestra en este bucle,  nos retrotrae 30 millones de años, ya de a uno o en pequeños grupos ascienden por la Garganta Casilla de Loberos, el arroyo al lado pone la cantinela a un paraje de ensueño, los canutos de los alcornocales, reducto de la era terciaria, bosques de Laurisilva  ejemplo de que si eso se ha mantenido ahí puede haber esperanza de que el hombre no destruya lo que queda, en nuestras manos está. Un respiro en la Carrera del Caballo y vuelta al punto de partida por los carriles que ahora en buen estado, llevan cientos de años transitados por los burros y mulos de los corcheros, duro trabajo que ha sido el sustento de buena parte de la población cercana y que en los meses estivales podemos tener el lujo de seguir observando. De pronto se abren los arboles, los corredores van desfilando, ahora mas separados, por el Mojón de la Víbora, y al frente la
mole caliza de la Sierra de Ubrique y sobre ella la del Caillo, Parque Natural Sierra de Grazalema, pero antes de visitarlas hay que bajar a Ubrique, lo que a la ida eran jadeos para tomar aire ya se va convirtiendo en dolor de piernas, en satisfacción porque se va a terminar una parte pero aun mas en dudas sobre lo que deparará el durísimo segundo trayecto de este magnifico viaje. Con apenas tiempo para avituallarse y recibir los ánimos de los amigos vuelven a partir  ahora por el casco antiguo, autentico sabor a pueblo, y comienzan a aparecer piedras y mas piedras, terreno áspero y escarpado el paso de los Pedernales, piedra de pedernal inscrutada en la caliza utilizada en la prehistoria para construir herramientas y todavía para producir chispa para el fuego,  un respiro de alivio en la meseta de Sierra Baja que dura poco, la Garganta de Barría ahora abajo es el nuevo destino camino que apenas se intuye jalonado de afiladas piedras que saltando cual cervatillo hay que ir sorteando, y eso también desgasta, también hace mella en los castigados cuerpos, el sol se acerca al cenit pero al igual que los animales buscan los aguaeros, aparece uno y se cruza una y otra vez, refresco que durará poco  ante una nueva subida, un nuevo bocado en las fuerzas, impresionante los Llanos del Republicano que se
abren ante los ojos, pero son demasiado llanos e inmediatamente hay que abandonarlos por otra joya, el precioso y zigzageante camino ganado a las rocas que lleva al Refugio de los Pinsapos y de este al del Correo, aljibes para guardar el preciado liquido ahora reconvertidos en cobijo de algún ocasional montañero, para la gran mayoría de la manada las zancadas se van tornando lentas y pesadas todavía lejos pero se intuye el final, aunque  a estas alturas alguno mira al cielo, retando a los buitres, como queriendo decirle que planeen sobre otro " voy a apurar lo que me queda para llegar, destrozado, roto, pero mas vivo que nunca". Villaluenga, último respiro, última parada para tomar aliento, última mirada al frente, un vistazo allá arriba, llenar los pulmones de aire antes de asaltar la subida del Puerto del Ahorcado,  la Sierra del Caillo se muestra como una autentica pared que desde ahí parece infranqueable, la mirada ahora clavada en el camino, de pronto la única preocupación es dar un  lento paso tras otro, un vistazo de soslayo para ver lo que queda,
llegada al Navazo Alto, y la madre naturaleza les recarga de energía, duele, pero duele menos cuando saben que allá abajo se intuye Benaocaz, de repente parecen creerse, aunque solo sea eso, creen bajar como las ágiles cabras montesas que observan atónitas el desfile de colores que transitan sus dominios. Barrió Nazarí, Benaocaz, Calzada Romana,  cuantas historias habrán visto pasar esas mismas paredes que se pueden tocar al pasar, historias como la de estos que ahora pasan, cada uno tiene la suya propia, su aventura, se ha vencido a si mismo y a sus miedos, eso de ahí es Ubrique, a tiro de piedra, van a lograrlo y lo saben, alcanzaran cada uno su propia meta, en la Plaza el arco, gritos y aplausos, emoción al compartirlo con los demás, pero la satisfacción es propia, intima, en la cabeza y en el corazón se llevan grabados a fuego los obstáculos salvados no solo en este día también los superados para estar en la linea de salida.
FOTO MANOLO CANTO.



Gracia a Juan Barea, Camila y su formidable equipo de voluntarios  que antes o en la propia sierra hacen posible todo esto.
P.D. algunas fotos son que tenía descargadas de internet y no se la autoría, si de quien sean me lo dicen edito para ponerlas.



contadores web reloj para mi web