Luis Ocaña
Corría entre dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Eddie Merckx y la suya.
Luis Ocaña murió violentamente, detenido por su propia mano, como vivió violentamente sobre la bicicleta, impulsado por sus propias piernas. Murió y pedaleó en la soledad del suicida y el luchador, respetando hasta el final una imagen de infortunio, aislamiento e intransigencia que contribuye a explicar dos actitudes distintas: una de suprema renuncia y otra de rebeldía.
Eddy Merckx había dicho de él: «Reúne más condiciones que yo. Si fuera más inteligente en carrera, obtendría mejores resultados». Una verdad a medias. Ocaña no era mejor que Merckx -nadie lo era y quizá nadie lo será-, pero sí pecó de un exceso de combatividad inoportuna que lo perjudicó en muchas ocasiones.
Su vehemencia era hija de un espíritu inconformista que lo convirtió en el único en osar combatir la dictadura del campeonísimo belga, allí donde los demás la acataban. Toda la vida deportiva de Ocaña fue una pelea incesante para sacudirse esa losa con nombre y apellido que elevó al ciclismo a sus más altas cotas, al tiempo que amenazaba con asfixiarle.
No lo consiguió a la postre porque la lucha era demasiado desigual, pero escribió algunas de las páginas más bellas de un deporte épico. La dimensión de Ocaña habría alcanzado mayor altura si Merckx no hubiera sido su contemporáneo. Entre ellos se estableció una relación que en Merckx era serena en su dominio, y en Ocaña feroz en su frustración.
Ambos fueron los herederos del dúo Anquetil-Poulidor y precedieron al formado por Indurain y Bugno. Una historia de tiranía e inconformismo que, en el caso de Bugno, ha terminado por ser de domesticación confesa, de abandono de ilusiones y responsabilidades. Poulidor y Ocaña nunca se resignaron. El español vivió más peligrosamente que el francés. El riesgo lo llevó unas veces al paraíso y otras al purgatorio.
Ocaña giró largamente en torno a Merckx como la vida del condenado gira brevemente en torno al verdugo. Cuando triunfó, lo hizo sobre Merckx o sobre su recuerdo. Cuando perdió, fue a causa de Merckx o su amenaza.
Ocaña corría contra dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Merckx y la suya. Ambas lo estimulaban y lo rendían. Ambas se concentran, por encima de todo, en el Tour, una prueba a la altura de ambos porque ambos eran dignos de esa prueba. En el Tour halló Ocaña su mayor desgracia y su mayor gloria.
En l971 esa bruja y esa hada cabalgaban en su bicicleta. En la etapa Grenoble-Orcières Merlette, Ocaña se vistió con el jersey amarillo y dejó a Merckx a casi nueve minutos. En aquel Tour pudo producirse una derrota histórica del belga que acaso hubiera cambiado en parte las relaciones de poder entre ambos hombres. Pero Ocaña cayó en el descenso del maldito para siempre col de Mente y el sueño se hizo añicos.
Luis Ocaña murió violentamente, detenido por su propia mano, como vivió violentamente sobre la bicicleta, impulsado por sus propias piernas. Murió y pedaleó en la soledad del suicida y el luchador, respetando hasta el final una imagen de infortunio, aislamiento e intransigencia que contribuye a explicar dos actitudes distintas: una de suprema renuncia y otra de rebeldía.
Eddy Merckx había dicho de él: «Reúne más condiciones que yo. Si fuera más inteligente en carrera, obtendría mejores resultados». Una verdad a medias. Ocaña no era mejor que Merckx -nadie lo era y quizá nadie lo será-, pero sí pecó de un exceso de combatividad inoportuna que lo perjudicó en muchas ocasiones.
Su vehemencia era hija de un espíritu inconformista que lo convirtió en el único en osar combatir la dictadura del campeonísimo belga, allí donde los demás la acataban. Toda la vida deportiva de Ocaña fue una pelea incesante para sacudirse esa losa con nombre y apellido que elevó al ciclismo a sus más altas cotas, al tiempo que amenazaba con asfixiarle.
No lo consiguió a la postre porque la lucha era demasiado desigual, pero escribió algunas de las páginas más bellas de un deporte épico. La dimensión de Ocaña habría alcanzado mayor altura si Merckx no hubiera sido su contemporáneo. Entre ellos se estableció una relación que en Merckx era serena en su dominio, y en Ocaña feroz en su frustración.
Ambos fueron los herederos del dúo Anquetil-Poulidor y precedieron al formado por Indurain y Bugno. Una historia de tiranía e inconformismo que, en el caso de Bugno, ha terminado por ser de domesticación confesa, de abandono de ilusiones y responsabilidades. Poulidor y Ocaña nunca se resignaron. El español vivió más peligrosamente que el francés. El riesgo lo llevó unas veces al paraíso y otras al purgatorio.
Ocaña giró largamente en torno a Merckx como la vida del condenado gira brevemente en torno al verdugo. Cuando triunfó, lo hizo sobre Merckx o sobre su recuerdo. Cuando perdió, fue a causa de Merckx o su amenaza.
Ocaña corría contra dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Merckx y la suya. Ambas lo estimulaban y lo rendían. Ambas se concentran, por encima de todo, en el Tour, una prueba a la altura de ambos porque ambos eran dignos de esa prueba. En el Tour halló Ocaña su mayor desgracia y su mayor gloria.
En l971 esa bruja y esa hada cabalgaban en su bicicleta. En la etapa Grenoble-Orcières Merlette, Ocaña se vistió con el jersey amarillo y dejó a Merckx a casi nueve minutos. En aquel Tour pudo producirse una derrota histórica del belga que acaso hubiera cambiado en parte las relaciones de poder entre ambos hombres. Pero Ocaña cayó en el descenso del maldito para siempre col de Mente y el sueño se hizo añicos.
La
historia es sobradamente conocida y difundida por igual por los
cantares de gesta y los juegos de lágrimas. No hay un Ocaña antes y
después de ese hecho, pero sí un Ocaña resumido en dos días que
conmovieron al mundo ciclista: el Ocaña imperial y el Ocaña
desventurado.
Este hombre nacido el 9 de junio de 1945 en Priego (Cuenca) y que obtuvo, como excepcional contrarrelojista que era, su primera resonante victoria en el Gran Premio de las Naciones (1965) en categoría amateur, ganó muchas carreras, aunque menos de las que hubiera merecido: la Vuelta a España (1970), la Setmana Catalana (1969 y 1973), el Midi Libre (1969), la Vuelta a la Rioja (1969), el Dauphiné Libéré (1970, 72 y 73), la Vuelta a Cataluña (1971), la Vuelta al País Vasco (1973), el Gran Premio de las Naciones (1971) y un largo etcétera, incluidos sus dos títulos de campeón de España (1968 y 1972).
También fue segundo en la Vuelta a España (1969, 1973 y 1976) y tercero en la misma Vuelta (1971) y en el Campeonato del Mundo (1973). En el Tour, en el que debutó en 1966, ganó una etapa en 1970, dos en 1971 y seis en l973, el año de su triunfo final. Lució durante veintiún días el jersey amarillo de «La Grande Boucle».
El catálogo de sus éxitos va unido al de sus desdichas, muchas de ellas fruto de su descontrol. El Tour del 70, el del 72, incluso el glorioso del 73, la Vuelta del 74... fueron testigos de caídas y percances. Aquí y allá bronquitis, resfriados y forúnculos fueron creando el perfil de un Ocaña pedaleando por el filo de la navaja.
Una vida áspera en lo bueno y lo malo que se prolongó cuando abandonó el ciclismo. A él había llegado a través de la emigración a Francia cuando contaba once años de edad. El ciclismo le proporcionó el suficiente dinero como para adquirir viñedos en Mont-de-Marsan, su lugar de residencia. Su público apoyo político al ultraderechista Jean-Marie Le Pen debe entenderse como un deseo de olvidar su humilde origen y como la consecuencia de un carácter frecuentemente abrupto.
Cuando abandonó el deporte, en 1977, no halló la calma. Ni como seleccionador colombiano, ni como director del Teka y el Fagor, ni como mánager del belga ADR, ni como relaciones públicas del Puertas Mavisa encontró acomodo. En todas partes chocó por razones que unos consideran sinceridad insobornable y otros intolerancia.
¡Quién sabe! ¡Qué más da! Cada persona es un enigma y a nosotros nos gusta recordar a Ocaña en la nada misteriosa esfera del esfuerzo supremo. Nadie conoce por qué se ha matado. Se habla de que los negocios no eran boyantes; del abandono de su esposa Josianne; de la mala relación con su hijo Jean-Louis, que lo iba a hacer abuelo (también tenía una hija llamada Sophie); de su cáncer, consecuencia de una transfusión de sangre después de uno de sus accidentes automovilísticos.
Ocaña conducía como un loco y estuvo a punto varias veces de perder la vida en la carretera. Con la bicicleta, con la palabra, con el coche, Ocaña fue agraciado y castigado por sus arranques. Su último impulso fue empuñar un arma de fuego y volarse la cabeza. Demasiadas cosas dentro de ella para seguir viviendo. Que nadie lo llame cobarde. No hay mayor gesto de valentía que ir hacia la muerte, como hacia la victoria, por el camino más directo.
OCAÑA-MERCKX
A Luis Ocaña en Francia le llamaban l'Espagnol. En España, el francés. Él decía: "Yo soy más español que el Caudillo. Quiero correr en la selección española". Pero el seleccionador, Gabriel Saura, y Luis Puig, que era presidente de la federación, y el delegado de deportes, Samaranch, le respondían: "No queremos corredores comunistas en el equipo".
-Pero si yo mataría por España...
A las afueras de Priego, en un peñasco entre olivos, en un terreno que le regaló el Ayuntamiento, Luis Ocaña se construyó un torreón. Lo dibujó, lo planeó y diseñó los muebles a su gusto recordando su pasado de aprendiz de ebanista. Pasaba algún día que otro y el resto del año lo dejaba cerrado. Lo vendió enseguida, harto de los destrozos de los vándalos y los rateros. Era el único vínculo material con el pueblo de Cuenca en el que nació en 1945. Luis Ocaña llegó a Francia en 1957, cuando tenía 12 años, con sus padres y su hermana Amparo, que se fue a vivir a Lourdes, y su hermano Antonio. En Francia nacieron dos hermanos más, Marie France y Michel.
"En España trabajábamos como negros y no ganábamos para vivir. Habíamos perdido la guerra. Un kilo de pan al día le daban a mi padre por su trabajo. Nos vimos forzados a emigrar".
Salieron de Priego en 1951, cuando Luis Ocaña tenía seis años y apenas había tenido tiempo para aprender a leer y escribir en la escuela del pueblo. Antes de llegar a Francia pararon en el Valle de Arán, donde se necesitaba mano de obra para la construcción de una central hidroeléctrica. El padre se hizo carpintero-encofrador y trabajó allí, a la sombra del Portillon, el puerto que lleva a Francia, en las fuentes del Garona. Pero la casa que les asignaron era oscura. Luis era un niño enclenque, tenía problemas respiratorios, necesitaba luz, necesitaba sol. Un día se decidieron y cruzaron la frontera como había hecho antes Cándido Soria, su tío. Recordaba Ocaña: "Primero fuimos a Magnan, en el Gers, al norte de Pau, donde estuvimos dos años, y luego a Le Houga, el pueblo de al lado. Para un emigrante no hay mucho donde elegir, o las minas, o los pinos, o jornalero en el campo. Fui a la escuela en España, y no se me daba mal, pero en Francia no fui mucho tiempo. Es muy difícil comenzar todo de cero. Sólo mantengo la pasión por la pintura y el dibujo".
Entró en el gran ciclismo y enseguida su soberbia chocó con un monstruo, con Eddy Merckx, El Caníbal. Decía: "Eddy me ganaba en la bicicleta, pero un día estuve de juerga con él hasta la madrugada y no me aguantó el ritmo".
Ocaña le tenía mucho miedo a Merckx. Le decía a Nemesio Jiménez, un ciclista del Kas: "Este hijoputa nos mata". Tampoco los demás corredores de la época le querían mucho al belga. Dice Nemesio: "Era muy ansioso, no dejaba nada para los demás, hasta esprintaba en las metas volantes. Le fastidiaba que alguien tomara la iniciativa. Cuando nos movíamos en la montaña nos decía: 'Españoles de mierda'. Y yo le respondía: 'Cada uno en su terreno, que vosotros en Roubaix buenas palizas nos dais".
Ocaña, el personaje más singular que ha dado el ciclismo, el corredor sin medida en la vida y en la carretera, fue el ciclista de la valentía desmesurada, de la personalidad extrema que le llevó a ver el ciclismo, y la vida, como un asunto de todo o nada: como su intento de derribar al tirano Merckx a toda costa, en su interpretación del ciclismo como una lucha sin tregua. Ofensivas sin fin hasta la derrota final.
-Para ganar a Merckx hay que atacar todo el tiempo y hacer la carrera dura.
En el Tour de 1971 Ocaña estuvo a punto de acabar con Merckx.
El jueves 8 de julio se disputó la 11ª etapa, Grenoble - Orcières-Merlette, de 134 kilómetros. Los días anteriores Ocaña había puesto a prueba a Merckx en el Puy de Dôme y en el puerto de Porte y había visto que el belga flaqueaba. Camino de Orcières Merlette se puso de acuerdo con los del Kas para ir a bloque desde la salida. Fuente atacó desde Grenoble. Dejó a Merckx sin equipo, pero él tampoco estaba muy bien y se quedó en el puerto de Laffrey, donde Ocaña ya se había ido solo. Ocaña llegó solo a la cima de Orcières-Merlette con 8.42m de ventaja sobre Eddy Merckx. Fue una fuga heroica, bajo un sol incandescente. Era la primera gran derrota del belga, quien, sin embargo, se negó a rendirse y cargando con todo el pelotón a su espalda luchó hasta el final. Ocaña dijo años después: "Eddy Merckx era muy superior a todos y había, por tanto, que atacarlo en un terreno muy duro, como en Orcières-Merlette, un final en alto. Por eso preferí los Alpes a los Pirineos. En los Pirineos todos los cols estaban situados muy lejos de las llegadas, con lo que era más difícil establecer grandes diferencias. Si hubiera habido en los Pirineos una llegada a Luz Ardiden, por ejemplo, la cosa habría cambiado".
Pero Merckx nunca se rendía. Herido, moribundo, como los toros en la plaza, siguiendo su comparación, era aún más peligroso. Atacó en el largo descenso de Orcières-Merlette a Marsella. Volvió a atacar en los Pirineos. En el descenso del col de Menté, convertido en un arroyo de agua y barro por una tormenta de granizo que estalla, repentina, Ocaña intenta seguir el ritmo desaforado de Merckx y se cae en una curva. Cuando se iba a levantar, Zoetemelk, que llega lanzado, le golpea en la espalda.
Media España esperaba a Ocaña en el Portillon, el siguiente puerto tras Menté, el lugar en el que se estableció la familia Ocaña nada más emigrar desde Priego. La tormenta ha dejado su sitio al sol. Pancartas. Ánimos a Ocaña rotulados en la carretera. Pero Ocaña vuela en un helicóptero hacia un sanatorio en St. Gaudens. Cuando vieron que no llegaba Ocaña, en el Portillon, unos cuantos energúmenos, con el transistor en la oreja, la tomaron con Merckx. Le escupieron, le insultaron, le tiraron piedras...
Le contó después Ocaña al escritor Christian Laborde, un ferviente admirador: "Anquetil me dijo que había cometido el error de querer seguir a Merckx. Y yo le respondía: 'Pero Jacques, yo no quería seguirle, no podía pararme, no tenía frenos...' Nadie se podía parar, empezando por Merckx mismo y todos los que me golpearon cuando estaba caído. ¡Y no era por la lluvia! Con lluvia sabemos bajar, sabemos cómo secar la llanta con frenadas cortas y seguidas. Pero aquella tarde el Menté era el barro, era la arcilla que atravesaba la curva como un arroyo, allí no se podían utilizar los frenos".
En la meta, Merckx se negó a ponerse el maillot amarillo. "No, no me pertenece. Este Tour lo he perdido, no tengo nada que hacer, me vuelvo a casa". Al día siguiente salió en dirección a Superbagnères sin ponerse el maillot amarillo. "Habría preferido quedar segundo después de una dura batalla que ganar en estas condiciones. Será una victoria manchada para siempre".
En 1972 Eddy Merckx ganó su cuarto Tour consecutivo. Ocaña salió con bronquitis, con una tos que no le había abandonado desde marzo. Terminó con fiebre, escupiendo sangre. Los médicos le hicieron abandonar en los Alpes.Ocaña ganó finalmente el Tour de 1973, pero no logró derrotar a Merckx, quien no disputó aquel año la grande boucle. Había preferido correr la Vuelta para tener las tres grandes en su historial. Ocaña se suicidó en 1994.
ESTACIÓN ALPINA DE LES ORRES (1973)
Después de las primeras etapas, el corredor conquense vestía el maillot amarillo cuando se iba a afrontar la octava etapa,
un terrible trayecto entre Méribel-les-Allues y Les Orres,
con la Madeleine, Télégraphe, Galibier e Izoard y final
en la ascensión a Les Orres.
Los rivales previstos eran Thévenet y Fuente fundamentalmente.
La Madeleine se subió a tren, pero en el Télégraphe José Manuel Fuente empezó a lanzar ataques cortos y repetidos:
solamente Ocaña y Thévenet le resisten;
Zoetemelk consigue enlazar por momentos pero vuelve a quedarse.
En la base del Galibier, Zoetemelk alcanza de nuevo la cabeza
junto a Pedro Torres, López Carril y Ovion. A 6 km. de la cima del coloso alpino, Fuente vuelve a atacar y esta vez sólo queda Ocaña en su compañía.
Fuente ataca ... una ... dos .. tres ... veinte veces ... Pero Ocaña está dispuesto a morir sobre la bicicleta, antes que dejar marchar a Fuente. Viendo que no va a poder con el de Cuenca,
el "Tarangu" se sitúa a su rueda sin dar más relevos.
Antes de comenzar a ascender el Izoard, la ventaja de los dos españoles es de 1' 30" sobre Thévenet, López Carril y Mariano Martínez. A 6' 30" circulaba el primer grupo de un pelotón totalmente disgregado.
En la cima Ocaña aventaja al francés en 4' 15" y al primer grupo en 10' 50". A 30 km de meta, Fuente pincha y Ocaña se dirige en solitario hacia la meta. Llega a dejar a Fuente a 2', pero un desfallecimiento en los últimos kilómetros, reduce la diferencia a 58". A 7' llegaron Thévenet y Martínez, Perin a 13',el resto a más de 20'. El coche escoba llegó a más de una hora.
Al ver a los periodistas Ocaña dijo: "Dejadme, estoy cansado, ya lo veis. Nunca había sufrido tanto sobre una bicicleta".
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