«De Boyacá a Francia: los primeros pedalazos de Nairo Quintana»
Por: Gloria Castrillón
A
los 15 años se subió por primera vez a una bicicleta y a los 16, ya
tenía el temple de campeón con el que emocionó a los colombianos al
conquistar las montañas francesas. Recorrimos las carreteras por donde
este colombiano, a punta de sancocho y agua de panela, forjó una gesta
sin precedentes en el ciclismo criollo.
Ever
tiene 13 años, es menudo, tiene ojos muy negros y vivaces, piel cobriza
y el pelo áspero. “Es la viva imagen de mi Nairito”, dice doña Eloísa
Rojas, la madre del héroe de Cómbita, mientras lo abraza y le entrega
una bicicleta y un casco rojo. En realidad es el hijo de Sandra, su
vecina y comadre, que mira incrédulo el aparato y, sin pensarlo, intenta
acomodarse en el sillín. La esperaba con ansias. Se había levantado muy
temprano y ya llevaba puesto el uniforme verde y los guantes que el
mismo Nairo Quintana le había regalado poco antes de irse a correr el
Tour de Francia.
“A
mí me gusta mucho montar en cicla. Yo le compré una a mi padrino hace
cuatro años por 20 000 pesos, pero se me dañaba a cada rato y hace como
tres meses no tenía en qué montar”, dice exhibiendo una sonrisa limpia
enmarcada en sus cachetes curtidos por el sol. Doña Eloísa, creyendo ver
en Ever la misma obstinación que descubrió en Nairo años atrás, llamó
al gerente de la Cadena Radial Boyacense para pedirle que le regalara
una bicicleta al niño.
Ella,
a sus 48 años y con cinco hijos a su haber –dos de ellos triunfando en
Europa como ciclistas–, está convencida de que “el deporte es bueno para
los niños porque los aleja de los vicios”. Con esa misma convicción se
levantaba todos los días antes de las cinco de la mañana a prepararle
caldo con papa, huevos, pan y agua de panela a su Nairito, para que
tuviera fuerzas para entrenar. No le importaba que no le ayudara a
ordeñar o a sacar la papa del cultivo que un día cualquiera se picó.
Por
casualidad, su hijo había descubierto su amor por la bicicleta mientras
recorría los 34 kilómetros diarios entre el colegio, ubicado en el
municipio de Arcabuco, y su casa en la vereda San Rafael de Cómbita. De
ida, bajaba raudo los 17 kilómetros, y de regreso, subía de los 1600
metros sobre el nivel del mar, a los 3050 donde queda su hogar.
Pero
a los pocos días de estrenar esa bicicleta que su papá le había
comprado por 80 000 pesos, Nairo –sin haber cumplido los 16 años– dijo
que quería entrenar para ser ciclista. Don Luis, un aficionado a las
carreras que disfrutaba hablando con los corredores que paraban a tomar
gaseosa en su tienda, estratégicamente ubicada en un alto en la vía que
conduce de Tunja a Arcabuco, le prometió su apoyo.
Casualmente
ya tenía conversado a Héctor J. Pinilla, un hombre que había corrido
cinco vueltas a Colombia como gregario de Rafael Antonio Niño, sobre esa
posibilidad. “Nairo tiene el porte de ciclista, se le ve en la
agilidad, en el pedaleo”, le dijo un día mientras tomaba el fresco en la
tienda. Con ese comentario no hubo ni un asomo de duda. Pronto el
tercer hijo del hogar de don Luis y doña Eloísa, el que casi se muere
antes de cumplir los tres años por el “frío de un muerto”, ya estaba
inscrito en el Club Escuela Santiago de Tunja.
Fue
entonces cuando Nairo, con una decisión y una disciplina que asombró a
sus padres, empezó a madrugar para irse desde su casa a Moniquirá o
Barbosa, antes de entrar a clases en el colegio Alejandro de Humboldt.
Nadie dirigía sus entrenamientos. Iba siempre solo sin importar la
lluvia o las temperaturas bajo cero que suelen azotar estas montañas en
el verano y que logran quemar los cultivos de papa. Ni las caídas ni los
golpes lo hicieron desistir. Solo un accidente que lo tuvo tres días en
la clínica lo alejó una semana de las carreteras.
Varias
veces Irene Pérez y Anita Rodríguez, las profesoras de química y
biología, le ayudaron a sanar las heridas que masacraban sus rodillas y
brazos. “Nunca faltó a clases, era el primero en llegar”, recuerda el
maestro de física, William Gómez, mientras exhibe orgulloso las fotos
que le tomó a su ídolo cuando vestía el uniforme de jean y saco azul.
Hoy
sus profesores entienden de dónde sacó Nairo las dotes que exhibió para
ganar el Tour de L’Avenir, la Vuelta al País Vasco y lograr la gesta
histórica del Tour de Francia. “Es que nos pasaba a nosotros, que íbamos
en carro, y muy orgulloso nos saludaba con un toquecito en el capó”,
dice Mercedes, la maestra de arte, quien como todos en estos poblados,
atesora algún recuerdo del héroe.
El
de ella es una escultura en cerámica que su alumno hizo en último grado
de bachillerato. La profesora se esmera en explicar que aquello que
carga en sus manos es un ciclista –estilo futurista, aclara–, con un
casco aerodinámico. Y que otro bulto alargado es la representación del
terreno difícil que deben recorrer los deportistas. Dice que Nairo le
quedó debiendo la bicicleta, aunque aquella estaba en el diseño original
que presentó.
Al
parecer, no fue mucho lo que Nairo quedó debiendo en el colegio,
gracias al apoyo incondicional que el rector de la época, Miguel Alfonso
Moya, les brindó a él y a otros deportistas como Cayetano Sarmiento, su
amigo y vecino, que hoy corre con el equipo italiano Cannondale. Varias
veces el rector les exigió a sus maestros comprensión con esos
muchachos porque su futuro estaba en el deporte. Fue así como los dos
recuperaron las evaluaciones finales de 11, después de ir a correr la
Vuelta de la Juventud en Venezuela, y se graduaron sin contratiempos.
Y así cómo duerme uno
Han
pasado varios días desde que Nairo subió tres veces al podio en el Arco
del Triunfo: a ponerse la camiseta blanca de novatos, la de pepas rojas
de campeón de la montaña y a pararse como subcampeón junto al inglés
Chris Froome, el único en todo el pelotón que lo pudo superar. El
guayabo y el cansancio hacen estragos en la familia Quintana Rojas.
El
ajetreo fue tal, que llevan varios días durmiendo mal. No han abierto
con juicio la tienda y las vaquitas han tenido que esperar a que un
compadre de buena voluntad las ordeñe. Doña Eloísa revisa las cuentas de
la recepción y venta de leche, mientras su esposo sigue atendiendo
llamadas de los periodistas, a pesar de las dolencias derivadas de un
accidente que desde muy niño lo dejó con discapacidad en su pierna
derecha. Es lunes y, con ayuda de sus vecinos, lograron recoger la
basura que les dejó la turba emocionada que irrumpió en su tienda el
domingo.
Movistar,
la firma que patrocina el equipo de su hijo, les instaló una pantalla
gigante al lado de la casa para ver la última etapa del Tour y la locura
se desató. No alcanzaron a llegar de la misa que celebró el obispo de
Tunja para pedir por Nairo, cuando cientos de personas ya habían copado
el poco espacio al lado de la tienda. Los buses de línea que van y
vienen de Bucaramanga paraban y decenas de pasajeros y turistas se
bajaban a saludar a los papás del héroe. Creen que más de mil personas
llegaron a celebrar con ellos.
El momento más vibrante del Tour de Francia: Nairo sobrepasa al líder Chirs Froome, gana la etapa 20 y se consolida como subcampeón de la competencia
Se
ven agotados. Doña Eloísa, siguiendo la tradición de las mujeres
boyacenses, es discreta y callada. Su esposo es más dicharachero. No se
cansa de contar las historias de su hijo. Es un hombre agradecido con la
vida, dice que nada le ha faltado y aclara con vehemencia que sí tiene
televisor en su casa, que no son pobres. “Somos humildes, campesinos,
pero no aguantamos hambre”, recalca.
"Será otro Botero"
Al
parecer, la avalancha de periodistas ha provocado malentendidos. Y esta
pareja, que lleva 30 años viviendo juntos, que levantó cinco hijos con
sus cultivos, con las vaquitas, una tienda y, alguna vez, una panadería,
quiere dejar en claro que el presidente Juan Manuel Santos sí les
entregó una casita en Tunja, que ocupa Nairo cuando está en el país, y
que ellos no mendigan nada.
Tal
vez no tuvieron suficientes recursos para comprarle todos los
implementos a su hijo y varias veces tuvieron que recurrir a rifas y
bazares, pero al final, con ayuda de muchas personas, lograron sacarlo
adelante.
Una
de esas personas fue Fernando Flórez, quien en su momento era director
de Indeportes, institución departamental que lideraba la política de
apoyo a los deportistas. Fue él quien lo vio en los intercolegiados y
clásicas locales y lo convocó a unas evaluaciones físicas. Quería
reforzar el primer equipo continental Boyacá es para vivirla y contrató
al técnico español Vicente Belda para llevar un equipo juvenil a
Europa.
Nairo
sorprendió al técnico con sus resultados. Belda, incrédulo, le hizo
repetir la prueba. Al final se confirmó que este muchacho de 18 años,
recién graduado de bachillerato y con apenas 1,65 de estatura, había
movido el SRM, un dispositivo que mide la potencia del pedaleo, a 420
vatios. Los chicos de su edad marcaban 370; ni un profesional marcaba
tanto. “Puede ser un (Santiago) Botero”, sentenció el español.
Desde
ese momento, Nairo tuvo un plan de entrenamiento personal y, por
primera vez, una bicicleta de carbono, una Orbea. Fue a España en 2009,
corrió en cuatro competencias europeas y al final de la temporada se
destacó como uno de los mejores sub 23. Ahí empezó a llamar la atención
de Eusebio Unzue, técnico de Movistar. Pero Quintana se fue primero a
Colombia es pasión y con esa casaca ganó el Tour de L’Avenir, en 2010.
Así
comenzó a escribir su palmarés. Cuando en 2011, Colombia es pasión dejó
de ser profesional, Belda, convertido en manejador de Quintana, le
aconsejó aceptar la propuesta de Movistar.
Con
algo de tristeza, doña Eloísa confiesa que no se acostumbra a que su
Nairito esté tanto tiempo por fuera del país. El año pasado vino por
temporadas de dos o tres meses. Este año, el 4 de febrero, el día de su
cumpleaños, viajó a España. Había mucha ilusión, pero su hijo se
mostraba confiado y, sobre todo, muy tranquilo. Desafiando a los
europeos con su sangre fría y su temple, ganó la Vuelta al País Vasco en
una contrarreloj de 24 kilómetros en la que venció no solo al favorito,
el alemán Tony Martin, sino a quien sería su gran contendor en el Tour
de Francia, Alberto Contador.
Para
alegría de sus padres, Quintana volvió a Boyacá a mediados de mayo. En
su pueblo ya se había desatado la nairomanía, pero el muchacho se mostró
humilde y tranquilo, como siempre. Su director lo había enviado a
entrenarse para el Tour de Francia y con la misma disciplina que decidió
entrenarse solo a los 16 años, siguió esta vez el programa de su
equipo. Todos los días, como lo hizo en aquella época, se levantó antes
de las cinco de la mañana a recorrer las montañas que devoró en aquella
bicicleta pesada que su papá con tanto esfuerzo le logró comprar
por 300.000 pesos y con la que ganó pruebas sin zapatillas y, alguna
vez, con un casco medio roto.
En
esos dos meses y medio tuvo tiempo para encontrarse con sus amigos de
infancia y con los vecinos. Volvió al colegio a la celebración del
aniversario. Y volvió a comer el sancocho de gallina que magistralmente
hace su mamá en el fogón de leña. Y les regaló uniformes a Ever y a
Pedro, otro chico de 13 años que vive en la casa de al lado. Y alcanzó a
verse con su hermano Dayer, que corre en Europa con el equipo Lizarte y
con el que ahora comparte casa en España.
“Mi
primer recuerdo de Nairo fue cuando hace cinco años lo vi ganar en
Cómbita una contrarreloj de 10 kilómetros, en ascenso, con una
inclinación de 23,2, ¡y lo hizo en 12 minutos!”, dice Pedrito con una
emoción que casi le hace soltar un par de lágrimas. Es tal su afición,
que explica con detalle los recorridos que hizo su ídolo preparando el
Tour de Francia, con datos exactos de kilometraje, inclinación y altura
sobre el nivel del mar.
Él,
Ever, y otro puñado de muchachitos quieren ser como Nairo. Pero no se
trata de una fiebre repentina. Hombres como Ismael Sarmiento, Néstor
Bernal, Cayetano Sarmiento, el mismo Dayer Quintana, y otros más
nacieron a más de 3000 metros de altura y crecieron arañando estas
montañas en sus bicicletas y triunfaron en el exterior. En esta tierra
fértil para la papa, el maíz y las moras, los nairos se dan silvestres,
solo que, como sentenció el alcalde de Tunja, muchos de ellos se
desperdician.
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