En 2002 Ubrique era meta de una etapa de la vuelta ciclista a España por segunda vez, en la primera (1990) decidió el ganador de la vuelta, en esta vencería en la etapa el que a la postre sería el ganador final, casualmente he encontrado esta cronica de Jose Carlos Carabias para el abc del día15 de septiembre de 2002 con el título " la desgracia de Luís Perez".
UBRIQUE. Nada hay peor que remar y remar para ser cazado en la orilla del río. O perder un maratón al esprint. O regalar una final de la «Champions» en el último segundo. O que te embarguen el piso a falta de una mensualidad de hipoteca. O que seas Luis Pérez. Al madrileño de Torrelaguna le clavaron banderillas, le embarcaron en la muleta y cuando parecía que resistía a la estocada -recibiendo-, llegó Aitor González y le clavó la puntilla. Fue el epílogo al fantástico viaje por la sierra de Grazalema y al electrizante descenso del Alto de las Palomas. Aitor González toma posiciones para acometer su asalto al jersey oro, mañana, en la contrarreloj individual.
Desde el coche, la panorámica de la comarca activa la imaginación. Las serranías de Ronda, el parque natural de Grazalema, el puerto de las Palomas y el revirado descenso hasta Ubrique -pueblo blanco en un valle cruce de caminos, aislado del mapa, como perdido- transportan al viajero a la patria de los bandoleros, de cruzados a caballo contra el invasor francés. Un paisaje excelso de pinos, alcornoques y tierra pelada. Y Ubrique, donde no estaba Jesulín ni su embarazada Campanario, que viven unos kilómetros más arriba, en el Bosque. Había fiestas populares, vestidos de faralaes, promoción del mercado autóctono de piel y un gentío impresionante para recibir a la Vuelta. El ciclismo no es de ciudad, pertenece a los pueblos.
Hasta aquí, donde dicen los exagerados que es el valle de España donde más llueve, aterrizó un pelotón que regaló espectáculo a borbotones. Fútbol samba en versión bicis. Hasta el alto de las Palomas, nada grave. Los tres acelerones de Mancebo y el impulso de Igor González de Galdeano, el líder del Tour antes de Armstrong, empeñado en recuperar buenas sensaciones. Al coronar el puerto arrancó otra carrera.
La del frenesí en desproporción. Ciclistas y bicicletas lanzados a más de sesenta por hora por Grazalema, Villaluenga y Benacoaz dirección Ubrique. Lanzados los euskaltel, con Mayo y Etxebarría grapados al cuchillo de la matanza. Lanzados los banestos, con Mancebo y Lastras tirando derrotes. Lanzado Luis Pérez, que aprovechó un parón para buscar la victoria que no ha capturado en ocho años. Y lanzado Aitor González, el guipuzcoano repatriado a Alicante que de tímido tiene lo justo.
Atacar para no ser atacado
Aitor salió a por Luis Pérez aprovechando su situación de privilegio en la general. Sevilla es el líder y él, el máximo aspirante a vestirse de oro mañana. El descenso obligaba al Kelme a trabajos forzados y se dijo: «Que trabajen los demás».
Y la emoción acorraló la caza. Luis Pérez remaba cuesta abajo. Tanto o más que Aitor. Y lo mismo que el pelotón. 23 segundos a 10 kilómetros, 16 a 8, 13 a 6. Los bordillos echaban chispas, la gente tomaba partido desde la televisión. Llegó Ubrique, sus casas blancas, sus calles en descenso y su avenida en cuesta en honor del torero patrio. Allí claudicó Pérez. La rampa le sepultó. Tantos kilómetros se tragó que al final no pudo exprimir sus piernas en ochocientos metros. Le pasó Aitor González, despistado como es. También David Etxebarría. «Ah, ¿pero he ganado yo?», dijo incrédulo en meta el del Kelme. Tan cierto como que Heras (nueve segundos de retraso con Sevilla) y Casero (doce) le regalaron unos segundos al líder de la Vuelta.
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