sábado, 17 de septiembre de 2011

EL GUERRERO HERIDO




Pocos ciclistas han forjado su leyenda gracias a una fotografía o por culpa de un puñado de emisiones radiofónicas que pusieran a todo un país en pie de guerra…

La gran gesta, que se transmitió de padres a hijos durante varias generaciones, tuvo lugar durante el Tour de 1930. Francia llevaba seis ediciones sin conseguir alzarse con el triunfo final. Además, por primera vez se corría por equipos nacionales así que todo el país se reunió alrededor de la radio para seguir las hazañas de sus hombres. André Leducq pronto se convirtió en el líder de la selección francesa. No era un escalador nato, pero se defendía en la alta montaña, cediendo un tiempo prudencial que siempre recuperaba en las bajadas. Leducq no sabía lo que era frenar en las bajadas: no quemaba las zapatas porque apenas las utilizaba. En 1930, tras pasar con excelente nota los Pirineos, llegó a los
Alpes enfundado en el maillot amarillo. La desgracia y la leyenda, conjugadas extrañamente, le esperaban en una curva del Galibier. Su gran rival, el italiano Learco Guerra, iba por delante. Nada más coronar, Leducq se lanzó como un poseso tras él. Al poco de comenzar la alocada bajada sufrió un aparatosísimo accidente: descendiendo a más de 80 km/h, su bicicleta derrapó sobre la tierra. La fotografía de la caída dio la vuelta al mundo: André Leducq en una cuneta del Galibier, sentado sobre una gran piedra, desesperado, llorando como un niño, lleno de magulladuras, con la rodilla sangrando y el rostro refugiado tras su brazo derecho constituye, sin duda, la imagen más perfecta y angustiosa de la desesperación, la impotencia y el heroísmo (el escultor alemán Arno Brecker se inspiraría en ella para una estatua alegórica de significativo título: “El guerrero herido”). Leducq, ensangrentado y desfallecido, se levantó y continuó tras la caza del italiano.

Pocos kilómetros después, cuando comenzaba el ascenso al col du Télégraphe, rompió el pedal. Al estar prohibido el cambio de bicicleta, uno de sus compañeros cogió una llave inglesa prestada y un pedal cedido por un espectador y comenzó a reparar la bicicleta. Poco a poco, todos los componentes de la selección francesa fueron llegando a su altura. Sentados a su lado, no dejaron en ningún momento de dar ánimos a un desconsolado Leducq. Una vez arreglada la bicicleta comenzó una persecución en la que se vio involucrado todo un país. No había ningún francés que no estuviese escuchando la radio. Learco Guerra y sus hombres iban quince minutos por delante. La persecución duró 75 km. Poco antes de llegar a la meta, los franceses alcanzaron a los escapados. Leducq, con más orgullo que fuerzas, ganó al sprint la etapa y se aseguró la victoria final en el Tour de Francia. El país entero lloró de emoción delante de la radio.

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